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domingo, 9 de octubre de 2011

La pérdida del Norte

Al principio pintaba de libertina. Quería disfrutar el día a día tal como muchas personas se empeñan a predicar. Quería dejar mil cosas atrás y comenzar a llevar a cabo el consejo que más de una persona se encargó de recalcármelo: tomarme la vida en forma más relajada.

Lo probé. Creí que era una merecedora absoluta de esa licencia. Me puse patuda y cambié mi vida de un minuto a otro en ese extraño y particular viernes por la tarde.

Dejé atrás un puñado de valores, prohibiciones, aprehensiones y miedos. De pasadita, retrocedí unos años. La liviandad ante todo se convirtió en mi lema. Todo cambió.

Lo que para mí era una prioridad pasó a segundo plano, como no aprovechar el curso de inglés. El trabajo era mi vida, mi existencia y no dudé en dejarlo stand by para tener un poco más de tiempo libre. Horas y más horas diarias haciendo nada. Llegando todos los días pasada la medianoche sólo para dejarme llevar por un muchacho y no por un hombre.  

Hoy creo firmemente en la existencia de personas que pueden darse este lujo. Soy una convencida de que muchos pueden aplicar eso de vivir el día al día, pero no todos. Yo no sirvo para eso.

La experiencia fue increíble y jamás sentiré arrepentimiento alguno. Pero no era yo. Soy una persona estructurada que siempre piensa en el mañana. Preocupada constantemente de mil cosas a la vez y de hacer todo y más. Soy latera por esencia.

Me desorienté. Perdí el Norte de mi vida. Fueron hermosas semanas de carnaval y jolgorio que no volverán a ocurrir.