Powered By Blogger

lunes, 14 de noviembre de 2011

En el pasado por unos instantes

No quiero recordar nada en particular. Tampoco retomar  la búsqueda de explicaciones que por cansancio dejé atrás.

El tiempo es mágico y por gracia divina nada dura para siempre. Admito que soy de olvido rápido y que tengo una obsesión con acortar el periodo de los malos pasares para que se desintegren a la velocidad de la luz.

En un baúl invisible guardé una completa colección de vivencias que tuve por largos cinco años. De ser muy costosa y lujosa, perdió su valor de un segundo a otro, desvalorizándose cada uno de sus capítulos y cuyos protagonistas éramos sólo tú y yo. No importaba nada más.

Fue una etapa muy musicalizada con tonos cargados a la música ochentera de diversos estilos, pero siempre ligados  al New Wave. Por supuesto que había temas claves, que te los dedicaba una y otra vez sin saber su traducción. Bastaba con que sonaran exquisitamente románticos. Era nuestra época. Después de lo ocurrido, era necesario asesinarlos cuanto antes.

Pero luego de casi dos años de ir merodeando por todas partes para conocer, escuchar, mirar, aprender y de disfrutar incluso de lo que alguna vez detesté, sucedió algo tan hermosamente espontáneo, que cualquiera pensaría que esa música había sido interpuesta a mi vida a la fuerza. Juro que no la busqué y que en la última semana sonaba en todos los rincones. Canciones olvidadas y que resucitaron por sí mismas. 

Canciones desterradas que permanecieron bajo tierra por mucho tiempo y que hoy por curiosidad, necesidad o mera casualidad, retornan a mi vida, dejando atrás las penas y amarguras que alguna vez sentí con tanta intensidad, para dar paso a todas las emociones causadas por los lindos recuerdos que jamás se han ido.  

Canciones que nos unían y que al escucharlas, viajo con una inexplicable facilidad al pasado, pasando por el presente y por qué no decirlo; también por el futuro. Te recuerdo siempre. No te has ido y ya no te fuiste. En ocasiones me pregunto cómo estás. Sin tener noción de cuál sería la respuesta, siempre te imagino feliz donde quiera que estés.

Olvidar, olvidar, olvidar… eso quedó atrás. Esto no es un arranque nostálgico ni de confusión. El baúl se abrió sólo y no te preocupes que pronto cerrará otra vez.

Recuerdas esta canción? Fue tuya y mía.


jueves, 10 de noviembre de 2011

Basura tras basura

Basura tras basura. Que pase luego el camión a recogerla, por favor. Se está acumulando mucho y el olor a dolor, traición y desilusión me está intoxicando hasta el punto de querer ahogarme de tanta soledad.

Me paseo por cada rincón de mi casa con un puñado de ideas en mi mano izquierda, mientras que en la derecha llevo un pequeño espejo para mirarme y cuestionarme cada segundo  de mis acciones y deberes.
Ay Sabiduría! Dónde te escondes y porqué huyes cuando más necesito de tu ayuda aunque sea microscópica.

Buena gente y a la vez poco saludable. Criticada, pero necesaria. Tranquila, pacífica y demente por querer cambiar al mundo. Arriesgada en palabras y no en hechos.

Me han cuidado 26 años y quizás tengan razón, aunque no pueden pretender que sus desengaños y frustraciones me arrastren para quedar débil ante cualquier situación.

Cómo empezar; cómo terminar. Tener la posibilidad de mirar por la ventana es el único sustento que tengo, suficiente para seguir quejándome y buscar comprensión allá afuera.


lunes, 7 de noviembre de 2011

Una cita contigo, amigo mío.

Te preguntarás porqué te escribo. Tengo entendido que nadie lo hace. La necesidad de dirigirme a ti surgió hace mucho, pero se potenció hace un par de días, específicamente este fin de semana.

Tengo muchas carencias. Tantas, que ya perdí la cuenta y me da terror hacer un listado para no traumarme. Gracias a esto, me di cuenta que soy muy afortunada en algo que si se materializara, sería como un dormitorio chapado en oro. Es capaz de llenar cualquier vacío sin importar tamaño, tiempo ni espacio.

Todo comenzó cuando me reencontré con mi amigo Felipe. Él ha estado siempre vigente, pero a la vez ausente. En ese momento, volvió hacer el amigo de antaño por unos instantes. Eso me bastó para darme cuenta que pese a todo, sigue siendo el mismo y que nuestra conexión sigue intacta.

Estos últimos tres meses han sido bien intensos. Mi paso por el DuocUC será inolvidable por los grandes momentos vividos, en especial por todas las instancias alegres brindadas por mi amigo Miguel, que con un par de palabras me hace olvidar todo pensamiento negativo. Es una amistad que no dan ganas de despojarse.

Cuando me tocó vivir uno de los episodios más difíciles de este año, me di cuenta que no podía sobrellevarlo sola. Necesitaba un consejo, apoyo sabio y cariño. Creo que no me equivoqué y acudí a la persona correcta. Mi amiga Caro se ha convertido en una persona potencial dentro de mi existencia. Pese a que no la veo seguido, tengo una sensación constante que siempre estará no solo para analizar lo más mínimo que se le ocurra a una de las dos, sino que también para comportarse como una hermana si fuese necesario.

Algo muy similar ocurre con quien no puedo perder contacto en más de dos semanas. Sabe escuchar y siempre tiene algo gracioso que aportar. Mi partner de alegrías, tristezas, penas, amarguras, desamparos y soledades. Quizás nuestras conversaciones no son las ideales porque casi siempre hay un pesar que contar, pero probablemente ese sería el motivo que en tan poco tiempo, la Dany se haya convertido en una amiga esencial.

Bastó sólo un llamado para levantarme de mi cama y cambiar completamente mis planes, en un domingo a las 3 de la tarde. Era mi amigo Marius, una tremenda persona que siempre tiene algo bueno que contar y aconsejar. Me encantaría que supiera que todas sus lecciones me hacen sentido. Espero que nunca se vaya.

Y sumo y sigo. Sé que soy injusta por no nombrar a todos. En el camino quedan los que se fueron hace mucho, los que desaparecieron hace poco, y los de siempre como mi amigazo Seba, Carlitos, de Marce, Carola, Pancha, Alan, y de los muchachos de la Orbe que hicieron del Oktoberfest una tremenda experiencia.

No volvería a ninguna época ni lugar. Me quedo acá agradecida de lo que recibo cada día y esa es la razón de este escrito, para decirte que tú eres un valor y sentimiento vital para mí, y que no habrá cosa material que pueda reemplazarte.

domingo, 9 de octubre de 2011

La pérdida del Norte

Al principio pintaba de libertina. Quería disfrutar el día a día tal como muchas personas se empeñan a predicar. Quería dejar mil cosas atrás y comenzar a llevar a cabo el consejo que más de una persona se encargó de recalcármelo: tomarme la vida en forma más relajada.

Lo probé. Creí que era una merecedora absoluta de esa licencia. Me puse patuda y cambié mi vida de un minuto a otro en ese extraño y particular viernes por la tarde.

Dejé atrás un puñado de valores, prohibiciones, aprehensiones y miedos. De pasadita, retrocedí unos años. La liviandad ante todo se convirtió en mi lema. Todo cambió.

Lo que para mí era una prioridad pasó a segundo plano, como no aprovechar el curso de inglés. El trabajo era mi vida, mi existencia y no dudé en dejarlo stand by para tener un poco más de tiempo libre. Horas y más horas diarias haciendo nada. Llegando todos los días pasada la medianoche sólo para dejarme llevar por un muchacho y no por un hombre.  

Hoy creo firmemente en la existencia de personas que pueden darse este lujo. Soy una convencida de que muchos pueden aplicar eso de vivir el día al día, pero no todos. Yo no sirvo para eso.

La experiencia fue increíble y jamás sentiré arrepentimiento alguno. Pero no era yo. Soy una persona estructurada que siempre piensa en el mañana. Preocupada constantemente de mil cosas a la vez y de hacer todo y más. Soy latera por esencia.

Me desorienté. Perdí el Norte de mi vida. Fueron hermosas semanas de carnaval y jolgorio que no volverán a ocurrir.

lunes, 1 de agosto de 2011

Cuando los cambios atormentan

Dice la leyenda que los “cambios son siempre buenos y necesarios”. La creencia popular respalda esas palabras y a mí sólo me queda convencerme de esta tendencia.
Si bien mi madre me dice que estoy “en la quemá” (refiriéndose a que me queda muy poco para dejar de ser 100% joven),  veo cómo mis cercanos están constantemente disconformes con su lado laboral de la vida (sea uno, dos o hasta tres años de experiencia).
Me atrevo a afirmar que esta disconformidad  atraviesa generaciones. “Hago la pega de tres compadres”, “me tiene chato mi jefe”, “no tengo más proyección, me quiero puro ir”, “me pagan una mierda de sueldo”, “como si trabajara sin fines de lucro los fines de semana”, son alguna de las tantas frases que suelo escuchar en la micro, carretes y chateos varios.
Preguntarse por cuáles son las alternativas que uno tiene frente a este tipo de situaciones, creo que las respuestas son algo obvias. No obstante, el cambio de trabajo es algo así como una determinación “de vida o muerte”, tal como lo fue cuando decidimos por cuál carrera estudiar a nuestros tiernos 18 años.
Acabo de renunciar a mi trabajo. Dejé atrás no sólo dos años de experiencia, sino que también de aprendizaje y de historia. De todo lo adquirido, conocí una realidad tan extraña, de poco raciocinio y netamente superficial: la necesidad ferviente de parecer ABC1 (de hecho, este último punto da para ondarlo más adelante).
Mi nuevo trabajo viene consigo novedosos augurios. La mochila que cargaba  deudas universitarias, preocupaciones propias de la edad, cargada con metas frustradas, pesa un pelito menos que antes. Conclusión: mmm… no tengo idea.
Esperanzada, ruego que la decisión tomada haya sido la correcta. ¿Tan importante es ganar un buen salario? Si Dennisse, asúmelo de una vez que el dinero si importa.

lunes, 11 de julio de 2011

Educando con insensibilidad

Camino al colegio, miro cómo la apariencia de otros establecimientos se vuelve aterradora. Pancartas que resaltan la palabra Lucro, entremezcladas con mesas y sillas que bloquean el ingreso de cualquiera (o al menos eso pareciera).

A paso lento, observo las portadas de los diarios del kiosco, que destacan los desmanes de la última protesta estudiantil. Me detengo unos segundos para ver las fotos que muestran las peleas entre carabineros y jóvenes.

“Me tiene chato el tema de la educación. Más encima se van a protestar a la Alameda y dejan la cagá. Destruyen todo y después el Gobierno repara los daños con mi plata, con los impuestos que yo pago”, señala un señor, que con un cigarro en mano, pretende buscarle conversa al kiosquero. No tengo idea con qué cara lo miré, pero mi mísera reacción hizo que el caballero de los diarios respondiera con una reacción de desdén hacia mí: “esta debe ser la típica chiquilla que va a protestar. Oye! tú no erí la mujer maravilla. Tú no vai a cambiar el mundo. Preocúpate de estudiar mejor”.

Asustada, camino rauda. No me queda nada para llegar al colegio, pero no quiero llegar. Pienso en los cánticos y misas que me esperan. Recuerdo una y otra vez que estoy atrasada en física y química, y pese a que voy siempre a clases, estoy perdida en Biología. Entre todo este menjunje, no deja de hacer ruido en mi cabeza las palabras de ese caballero con fuerte olor a cigarrillo. Es como si le hubiese hablado a mi hermana mayor, que participa religiosamente en las manifestaciones.

La palabra “educación” está en todas partes. “Yo creo que los chiquillos piden puras cosas utópicas, si para mejorar el sistema se necesitan lucas, ¿tú estaríai dispuesta a pagar más impuestos?”, le pregunta la inspectora del colegio a la profesora de historia, la que le contesta: “En los grandes países hay una interacción permanente. La gente con mayores recursos entienden que la única forma de que otros salgan de la pobreza, es la educación y están dispuestos a ayudarlos pagando más impuestos”.

Falta un par de minutos para que suene el timbre. Se viene la oración de la mañana. Con todo lo que sucede afuera, me dan ganas de que mi colegio dejara la religiosidad de lado y se sumara a esta gran causa. Pero no lo hace. Tiene miedo de que lo tilden de “comunista” o “de que sus alumnas son unas flojas por perder clases al igual que todos los demás”.     

Nos llaman para orar y no logro concentrarme. La insensibilidad y rigidez de algunos me mata. Me cuesta entender que todavía existan personas convencidas de que el movimiento estudiantil está perdiendo su tiempo. Cómo no valorar lo que hace mi hermana y tantos otros jóvenes, que en vez de vivir la etapa más maravillosa de la vida, ocupan su tiempo en luchar por el bien de todos.

Llegó la hora de entrar a la sala. Tengo clases de matemáticas. No entiendo nada y los profesores lo saben, pero todo sigue igual.