Camino por las riendas de mi vida y me encuentro contigo.
Pensé que podrías ser un amigo más; que me acompañarías en
las buenas y en las malas.
Te revelé mis aventuras y majaderías; alegrías y
decepciones; penas y fechorías.
Eras un gran hombre, de esos que se miran pero no se tocan.
Cumplías tan bien tu papel de oyente… conocías en detalle lo
que me ocurría, lo que me afectaba día a día el hecho de ser “la segunda”
siempre.
Sabías que por más que arrancaba de los hombres que sólo me
ofrecían “ser la otra”, volvía a toparme con nuevas aventuras del mismo estilo.
Cuando te conocí como debió ser desde un principio; cuando
vi lo que debí haber visto la primera vez que te vi, imaginé un mundo distinto
e incluso llegué a pensar que mi suerte por fin llegó.
Pero me equivoqué; una vez más la historia se repite.
A todas leguas esto debía ser distinto y no lo fue. ¿Culpa
tuya? Ya no me atrevo a responsabilizar a nadie ni menos a ti.
Quizás a estas alturas tendría que saber con precisión qué hace
que las mujeres dejemos de ser de “primera selección”.
Esto de no ser tomada en serio disminuye mis ganas de seguir
conociendo nuevas personas para que se borre de una vez eso de mi frente que
dice “de segunda categoría”.
Admito que me sucede algo extraño; las ganas de
aventurear crecen en la medida en que
pierde valor el hecho de tomarse en serio la vida.
La vida se entorna una verdadera película bien dramática que
me encanta; es adrenalínica siempre.
Aún así no dejo de cuestionarme qué hace que una mujer ocasione
el atrevimiento de un hombre comprometido, al punto de que se caiga en la
infidelidad de la “doble relación”.
Y qué sacamos con seguir arrancando si están por todos
lados, e incluso en los amigos?
Ser la segunda otra vez? Mejor soltera siempre.